Hoja de Coyuntura Octubre 2014. Una fuerte crisis atraviesa al capitalismo local y global. Crisis de los de arriba que recaen sobre nosotros. Construyamos desde abajo la alternativa de clase y popular que dé una respuesta de conjunto a estas crisis.
La escasez de divisas (dólares) simboliza buena parte de la crisis y la explicación de esa escasez requiere una comprensión del tipo de capitalismo que hay en argentina (y su conexión con la evolución del capitalismo global).
Del 2007 para aquí la acumulación de capital en nuestro país viene trayendo notorios altibajos. Luego de cinco años de superávits fiscal y comercial, resurgieron con fuerza las limitaciones estructurales del capitalismo dependiente argentino. Esta dependencia se basa en que el sector productivo que es competitivo a nivel internacional, es un sector dominado por la asociación de la burguesía agraria argentina más concentrada con fracciones del capital financiero internacional. Históricamente esta asociación fue el eje de la fuerza social dominante, que impuso modelos socioeconómicos donde buena parte de las riquezas producidas en el país eran retiradas del mismo por esas clases dominantes.
Ese esquema de acumulación entró en crisis en la década de 1930 y dio paso a una industria sustitutiva de importaciones y mercado internista, tras la cual se conformó otra fuerza social, que podemos llamar nacional popular desarrollista, que produjo el llamado empate hegemónico –intraburgués- que perduró hasta 1976. Ese “empate” refería a una disputa real en torno a la renta de la tierra, como forma de desarrollar una industria y un mercado interno que absorbiera el producto.
Con la salida de la convertibilidad del 2002 resurge esa fuerza social, en ese momento con un sector industrial más pequeño pero más competitivo y un sector agrario también más modernizado y que a su vez cuenta en ese período con un enorme aumento de los precios de los bienes primarios. Ese conjunto de factores permitió (tras una feroz caída de los salarios) una recomposición paulatina de las condiciones de vida de amplios sectores populares, que llegó a un poder adquisitivo similar al de los noventa.
Fue entonces que llegado el 2007 volvieron a emerger los límites a una industrialización del país competitiva en el mercado mundial (la modernización tecnológica heredada de los noventa se estancó, los salarios ya no eran tan bajos, los servicios se encarecieron). El kirchnerismo pretendió superar esos límites con una serie de políticas, entre otras: a) incrementar la toma de renta de la tierra, para aumentar los subsidios a esa industria, b) ponerle un techo a los salarios c) mantener servicios baratos, a costa de una desinversión criminal.
En 2008 fracasó el intento kirchnerista de tomar más renta de la tierra. A su vez, la pelea con los dueños de la tierra y la baja en los precios de los productos agrícolas derivó en que estos frenaran en parte su inversión productiva.
Las inversiones mineras y energéticas también se estancaron, incluso hundiéndose en el caso de Repsol. La estatización parcial de YPF, los acuerdos secretos con Chevron y la nueva Ley de Hidrocarburos tienen por objetivo crear condiciones para captar inversiones extranjeras, a costa de un fuerte daño ambiental y el permiso para fugar sus ganancias casi libremente.
Esta fuga representa la salida del país más de treinta mil millones de dólares, vía remisión de ganancias y enormes pagos por la deuda externa.
Esto no podía sino llevar a una evaporación de las reservas en dólares del Estado. Si a ello se le suma una emisión monetaria intensa, llegamos a una inflación de los precios en pesos y una presión permanente para devaluar.
El gobierno intentó detener la fuga de divisas vía el cepo al dólar, la restricción a la remisión de utilidades al extranjero y las restricciones a las importaciones. Pero como se ve, estas restricciones no revertían las limitaciones estructurales. Dado que la acumulación en argentina depende de las inversiones extranjeras directas, de una burguesía agraria que rechaza compartir la renta de la tierra y una burguesía industrial acostumbrada a disponer del mercado interno por protección estatal, la falta de garantía de esas condiciones crea una renuencia parcial a invertir sus capitales hasta que no desplacen a ese gobierno.
El kirchnerismo oscila entre concesiones estructurales (como la devaluación) y muestras de autonomía en chiquito (como la Ley de Abastecimiento). A su vez, el kirchnerismo ya no goza de la confianza de una parte importante de la gran burguesía, que a través del Foro de Convergencia Empresarial viene consolidándose y mostrándose como cabeza de playa de la oposición (PRO, Massa, FAUNEN). Estos años se ha dado la situación de una cierta paridad de fuerzas entre un bloque económicamente más fuerte, pero relativamente débil políticamente (representada por el Foro y la oposición), respecto a un bloque débil económicamente pero con cierta fuerza política (el kirchnerismo), que parece encaminado a saldarse en las próximas elecciones a través de un recambio por derecha o uno interno que implique una autonomía aún menor frente a las demandas de la burguesía (Scioli).
¿Qué perspectivas tiene en lo productivo este enfrentamiento interburgués? Hay una reprimarización compleja del país en plena expansión. El kirchnerismo parece aceptar este rumbo, aunque intentando conservar cierta independencia o margen de maniobra propio. Para ello aparece dispuesto a aprovechar el clima multilateralista para negociar a varias puntas (BRICS, G77, Mercosur, ALBA y demás bloques y minibloques).
Concluimos que la aparente iniciativa permanente del kirchnerismo es parte de una situación estructuralmente defensiva. Al carecer de una perspectiva estratégica, al no ser expresión orgánica de ninguna clase fundamental, la acumulación de fuerza política deviene en un objetivo en sí mismo, mientras la crisis económica le va haciendo perder capacidad de maniobra a este “bonapartismo” particular.
En este marco ¿cómo evaluar el conflicto con los fondos buitre?
El gobierno venía intentando acordar como plan de mínima con el capital occidental un nuevo ciclo de inversiones extranjeras directas. Sin embargo este acuerdo no incluía una estrategia común con la burguesía brasileña. Por lo tanto las transnacionales occidentales no tenían importantes incentivos para realizar esas inversiones (como sería un mercado regional ampliado, subsidios interestatales, abundante mano de obra calificada, etc).
El kirchnerismo pasó entonces a apostar por la creciente asociación tanto con el capital occidental (pago por Repsol, al Club de París, arreglos con el Ciadi) y luego del choque con los buitres, viró más fuertemente hacia acuerdos con China y Rusia.
Si bien el gobierno tiene una confrontación real con los buitres (en el ámbito judicial, mediático y los organismos internacionales) el plan A sigue siendo acordar con los buitres. En el marco de una creciente integración del capitalismo mundial, las tensiones que se observan entre distintas fracciones del capital occidental y capitales de los países del BRICS y otras regiones, son tensiones que no dejan de estar sujetadas por importantes intereses compartidos. Aún cuando los conflictos estatales llegan a adquirir carácter armado (Ucrania, Siria, etc.) las partes no terminan de romper entre sí. El caso de los buitres es especialmente complejo porque son capitales enlazados con parte del núcleo duro del Estado yanqui y el Partido Republicano, con sectores como el Tea Party, el lobby pro-israelí y el complejo militar industrial y petrolero. Es decir, no estamos hablando de una fracción criminal y aislada del capital y de un juez gagá, como deslizan ciertas interpretaciones desde el kirchnerismo.
No obstante, es cierto que el conflicto entre distintas fracciones nacionales y por sector del capital genera cierta demanda burguesa de establecer reglas de juego globales y algún tipo de instituciones consensuadas que las hagan previsibles y operantes, en posible desmedro de los buitres. Queda por ver si la disputa en torno a las instituciones internacionales (ONU, FMI, BM, OEA, G20, OMC, etc.) hace emerger algún tipo de marco que pueda ponerles límites (en principio parece improbable).
En el marco de este conflicto, la oposición por derecha al gobierno se alinea casi sin fisuras con el sector buitre del capital internacional, mientras el gobierno aprovecha la situación para reactualizar su discurso anti imperialista, y presentarse frente a la clase trabajadora y los sectores medios como lo “menos peor”, frente a la perspectiva de un recambio por derecha.
¿Y por abajo?
Señalada esta debilidad de los trabajadores en la correlación de fuerzas internacional y su impacto directo en la situación nacional, veamos qué movimientos ha habido por abajo en nuestro país.
Podemos constatar una recomposición del movimiento popular, desplazando su eje hacia la construcción sindical, pero sin perder cierta riqueza de la diversidad de movimientos sociales que llevan con altibajos veinte años de acumulación. A su vez este movimiento general también encuentra cierta expresión electoral novedosa, como es el FIT.
Esta recomposición, no obstante, para ser firme y radicalmente anticapitalista, debe expresarse en una creciente apropiación de los trabajadores sobre las fuerzas productivas, sobre los recursos naturales, la industria, la cultura. Es claro que los problemas señalados más arriba no están siendo abordados a la ofensiva por nuestra clase hoy por hoy.
Este año los conflictos sindicales estuvieron centrados en dos luchas complementarias: por un lado, la disputa por sostener el poder adquisitivo ante la inflación y, por otro lado, el enfrentamiento contra los despidos y suspensiones, que implicó a su vez la resistencia contra el asedio permanente de la burocracia sindical, los empresarios y el gobierno para limpiar al activismo de las empresas, ante la cual estuvimos permanentemente a la defensiva. El resultado de la lucha salarial fue el lograr elevar el techo que quiso imponer el gobierno pero sin llegar a equiparar a la inflación, mientras que las luchas contra la persecución al activismo, si bien suscitaron una inmensa respuesta de sectores organizados de la clase trabajadora, tuvieron resultados dispares.
Las luchas de Gestamp, Calsa, Shell y Honda tuvieron resultados en principio desfavorables: los compromisos logrados no pudieron imponer la vuelta de los activistas perseguidos al trabajo, ni detener de manera significativa los planes de ajuste. La lucha de Donelley ha conseguido la solución de compromiso de crear una cooperativa a partir de la fábrica, lo que permite en principio mantener los puestos de trabajo con una perspectiva de seguir luchando por la solución definitiva de la expropiación bajo control obrero. A su vez, las luchas en Lear, EMFER-TATSA y el Diario Hoy de la Plata se encuentran en un impasse, en el cual la patronal no termina de imponerse. En principio, podríamos hablar entonces de un balance general desfavorable. No obstante, la importancia de estas luchas excede sus resultados coyunturales, en la medida que significan un avance de la inserción de la izquierda en las luchas reivindicativas de la clase trabajadora, lo cual puede significar a su vez un aumento en la autonomía de clase frente al sistema. En este sentido, es de destacar que ningún otro sector político logra conducir sectores significativos del activismo en lucha.
En este sentido debemos evaluar qué procesos de reagrupamiento y fragmentación existen a nivel de los sectores con independencia política de la clase trabajadora. El Encuentro Sindical Combativo es la principal apuesta de aglutinar al conjunto de los sectores antiburocráticos y en lucha del sindicalismo, al cual se le han sumado corrientes sindicales de construcción genuina como es el caso de la Corriente Rompiendo Cadenas.
Pero las internas del FIT representan un factor muy negativo respecto a la unidad de clase, que hoy por hoy no pueden ser compensadas por quienes apostamos a ella, ante lo cual esas iniciativas se van diluyendo muchas veces antes de concretarse.
El Partido Obrero desde el principio mantuvo una orientación sectaria, que partía de negar cualquier posibilidad de reagrupamiento sindical que no estuviera subordinado al FIT, a la vez que mantienen a éste como un espacio cerrado a la participación de otras fuerzas. Así, han paralelado el ESC con un Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda que los tiene como única organización convocante. El PTS se distancia del ESC, planteando que éste no ha cumplido su función de reagrupamiento en los conflictos testigo que hemos mencionado anteriormente. Más allá de lo que pueda haber de verdad en este planteo, cabe preguntarse cuánta responsabilidad del PTS hay en esto, que a la vez que ha desplegado una notable actividad en los conflictos, con creatividad para buscar las acciones más efectivas, en general le preocupa más referenciar y hacer crecer su propia organización sacándole ventaja a otras organizaciones en los mismos, que llevar adelante coordinaciones genuinamente amplias. A su vez, se puede legítimamente sospechar que la actitud “unitaria” de algunas organizaciones más pequeñas como Izquierda Socialista o el Nuevo MAS, se debe más a su situación de minoría que a una voluntad genuina de reagrupamiento. Así, en momentos de lucha defensiva, donde resulta más necesaria que nunca la construcción de la unidad de acción, cerramos el año con tres actos distintos de la izquierda, el del PO en el Luna Park, el del Encuentro Sindical Combativo en Platense, y un nuevo acto del PTS en Argentino Juniors.
Por parte de las organizaciones con base obrera y popular, que están total o parcialmente distantes de una perspectiva de independencia de clase, también asistimos a movimientos significativos. El ala más progresista del kirchnerismo ha demostrado capacidad de movilización al llevar a cien mil personas a distintos estadios en un mes, en cuatro actos de sus distintas corrientes. Esta capacidad, no obstante, no parece abonar a ninguna perspectiva concreta, dado que las fuerzas convocantes carecen tanto de un programa de salida a la crisis actual del gobierno kirchnerista, como mismo de un candidato propio (con excepción del Movimiento Evita). Su manifestación, por amplia que sea en número, no hace más que abonar la propia impotencia del espacio, que terminará seguramente en su mayor parte apoyando una candidatura completamente distante de cualquier perspectiva nacional, anti imperialista o democrática (como Scioli).
Por otro lado, se ha generado otro espacio de reagrupamiento alrededor del partido Unidad Popular, basado en la burocracia de la CTA Micheli. A este espacio se suman las corrientes de la “izquierda sojera”, nombre que alude irónicamente a su apoyo a las reivindicaciones del empresariado del campo en el conflicto de 2008, el MST y el PCR. A su vez, parece posible la integración a este frente centroizquierdista de la organización Patria Grande, integración que le implicaría dar un nuevo paso en la ruptura de lazos con su origen en una militancia de base de tintes anticapitalistas, abonando a un nuevo Frente Popular con fracciones burguesas y burocráticas que a pesar de su “amplitud” tiene peores perspectivas electorales que el Frente de Izquierda. Estas perspectivas poco interesantes muestran la contradicción del intento de interpelar simultáneamente a sectores de la centroizquierda del kirchnerismo y de la centroizquierda “gorila”.
En este marco, reafirmamos la necesidad de la unidad de acción de la izquierda, que pueda ser base de una politización masiva de los trabajadores que ponga en cuestión las relaciones sociales capitalistas. La unidad de los sectores de Nueva Izquierda con el FIT debe ser construida con paciencia, como -aún con claroscuros y contrapesando el sectarismo y el dirigismo- se viene haciendo en las listas multicolores sindicales, en una tradición persistente en los movimientos territoriales, en el campo de los derechos humanos y del feminismo.
En el mismo sentido es importante que la clase pueda expresarse hacia la izquierda también electoralmente. En este terreno sabemos que la unidad es aún más difícil que en el terreno más social. Y ello no sólo se debe a que el estado burgués y la democracia representativa están específicamente preparados para dificultar la expresión en ella de los trabajadores en tanto clase y por sí mismos, sino también a que la Nueva Izquierda Revolucionaria –que es la tendencia que se propone una acción de clase que imponga la democracia de base por encima de esa democracia indirecta- es (somos) especialmente débiles en ese terreno.
En la medida en que exista mayor necesidad política, y mayor presión desde las bases, (y un mayor desarrollo de la NIR) las tendencias sectarias pueden irse superando. Y de esa manera podremos dar forma a una fuerza social revolucionaria (en lo político, en lo económico, en lo cultural). A eso apostamos.