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17 de agosto de 2016

El Acuerdo Transpacífico y la política imperial de EE.UU.

El Acuerdo Transpacífico y la política imperial de EE.UU.

El debate sobre el Acuerdo Transpacífico (TPP, por las siglas de su nombre en inglés, Trans-Pacific Partnership) está cobrando cada vez más notoriedad en la agenda política. La oposición de Donald Trump al Acuerdo lo ha convertido en uno de los principales temas de la campaña electoral de EE.UU. En el caso de Argentina el tema se ha vuelto relevante con el giro de la política exterior encarado por el gobierno de Macri, que privilegia la relación con EE.UU. (antes que con otras potencias como China) y con la Alianza del Pacífico  (antes que con el bloque del ALBA ). En este artículo explicamos en qué consiste este acuerdo, cuáles son sus motivos de fondo y cómo debemos posicionarnos como organizaciones del pueblo trabajador ante él.



El TPP surge como una expansión de un primer acuerdo comercial firmado en 2005 por Chile, Brunéi, Nueva Zelanda y Singapur. En 2008 EE.UU. manifestó su intención de incorporarse al acuerdo inicial, y le siguieron Australia, Perú, Vietnam, Malasia, México, Canadá y Japón. Tras un proceso de negociaciones de 8 años (cuyos detalles se hicieron públicos sólo a través de filtraciones de Wikileaks) el Acuerdo se firmó el 4 de febrero de 2016, aunque debe ser ratificado por un piso mínimo de estados para entrar en vigencia. Otros países como Colombia, Filipinas, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur e Indonesia manifestaron su interés de incorporarse al TTP, con lo cual involucraría a casi todos los países de la Cuenca del Pacífico, con las principales excepciones de China y Rusia. Los países firmantes representan el 40% del PBI y un tercio del comercio mundial, convirtiendo al TPP en el mayor acuerdo comercial de la historia.

El TPP no es un simple acuerdo de libre comercio. Además de eliminar las tarifas para miles de productos, el Acuerdo impone a todos los países normas estrictas en defensa de la propiedad intelectual que toman como parámetro la legislación estadounidense. Entre otras cosas, esto significa un beneficio para los monopolios farmacéuticos, dificultando el desarrollo de medicamentos genéricos y encareciendo los medicamentos en los países en desarrollo . 

El Acuerdo también establece mecanismos jurídicos para la resolución de disputas entre los inversores y los estados que beneficia a las transnacionales y limita la soberanía de los estados. Estos mecanismos no sólo excluyen la posibilidad de que los gobiernos realicen ataques directos al capital (como expropiaciones o restricciones a la movilidad del capital), sino también la capacidad incluso de ampliar derechos laborales o de adoptar medidas de protección del medio ambiente que afecten los intereses de las empresas transnacionales. 

Finalmente, la facilidad para la movilidad de capitales entre los países firmantes generará una mayor competencia internacional al interior de la clase obrera y fomentará la relocalización de industrias y otras empresas. Eso provocará despidos en muchos lugares, desincentivará la sindicalización y tenderá a nivelar los salarios y los derechos laborales según el estándar de los países donde éstos sean inferiores. 

El Acuerdo Transpacífico juega un rol importante en la estrategia de EE.UU. para asegurar su dominio imperial. Desde el punto de vista económico, representa un intento por superar el estancamiento de su economía posterior a la crisis de 2008. Si bien la estadounidense fue la economía desarrollada que mostró mayores signos de recuperación luego de la crisis, con una reducción sostenida del desempleo y un crecimiento del PBI superior al de Europa, la incapacidad de alcanzar los niveles típicos de recuperación post-crisis ha suscitado expresiones de alerta por parte de varios analistas burgueses, que ya deslizan la posibilidad de un estancamiento secular de esta economía. 

Japón, la tercera economía mundial y también firmante del TPP, viene de un estancamiento más prolongado. La ampliación de los mercados y la mejora de las condiciones de inversión en los países menos desarrollados podría representar un aumento de la rentabilidad para las empresas de las principales potencias, ayudando a superar el estancamiento por la vía imperialista. 

Desde el punto de vista geopolítico, el TPP busca frenar la consolidación de la hegemonía China en la región del Pacífico, disputando sus potenciales mercados y esferas de inversión y reuniéndolos en un bloque dirigido por el imperialismo estadounidense (en el marco de su estrategia de "giro hacia Asia"). Entre las cláusulas diseñadas para excluir a China se cuentan las restricciones a las empresas estatales, que constituyen una fracción importante del capital chino. China está promoviendo desde 2012 un acuerdo alternativo, el Partenariado Económico Comprehensivo Regional , aunque hay especulaciones sobre la posibilidad de una convergencia de este acuerdo con el TPP en un mega tratado que incorpore a toda la región del Pacífico. En América Latina el TPP implica el primer avance significativo de EE.UU. luego del fracaso del ALCA, que logra subordinar algunas de las economías más importantes de la región, disputarle la hegemonía a los bloques del ALBA y el MERCOSUR, y frenar el avance de China también en esta región. 

En consecuencia, el TTP es un acuerdo que sólo favorece a la clase capitalista de los países firmantes. No es de extrañar que las negociaciones se hayan llevado a cabo en secreto, al amparo de cualquier escrutinio o deliberación democrática. En el caso de EE.UU. las posiciones de negociación se desarrollaron en consulta con más de 600 corporaciones y bancos. La oposición de Donald Trump y de Hillary Clinton al TTP sólo deben entenderse como falsas promesas de la campaña electoral. Clinton es la candidata escogida por la burguesía norteamericana y es parte de la administración que diseñó el Acuerdo (por no decir que el propio Bill Clinton traicionó una promesa de campaña similar al firmar el TLCAN). Trump, si bien ha adoptado una dura retórica contra la relocalización internacional de empresas, difícilmente tenga la capacidad o la voluntad de desafiar los intereses de la burguesía de EE.UU. en caso de llegar a la presidencia. 

Las organizaciones populares y obreras en muchos de los países implicados están realizando desde hace algunos años movilizaciones en contra de la firma y la ratificación del TTP. En Argentina este debate no nos es ajeno, sobre todo luego del giro del gobierno de Macri hacia la Alianza del Pacífico . Nuestra oposición a este tipo de acuerdos debe evitar dos tendencias comunes en los sectores de la izquierda argentina influidos por el nacionalismo burgués y el campismo estalinista: por un lado, oponerse a los tratados de libre comercio desde una óptica proteccionista y de defensa de la burguesía débil local, y, por otro lado, promover el vínculo con el bloque imperialista alternativo, encabezado actualmente por China. Desde una perspectiva clasista consideramos que debemos oponernos a esta clase de tratados sobre otra base. En lugar de pretender rescatar a las fracciones menos competitivas del capital local o de fomentar la penetración de capitales igualmente depredadores, debemos luchar contra la firma de estos tratados por los efectos que tiene para nuestra clase y su capacidad de desarrollar sus luchas: la perspectiva de despidos y relocalización de nuestros lugares de trabajo, el encarecimiento de determinados bienes cuyo acceso debería ser un derecho, las limitaciones legales a la posibilidad de conquistar derechos laborales o ambientales, y la subordinación política y económica de nuestro país al imperialismo, que será una traba a la hora de intentar desarrollar una alternativa política propia como trabajadorxs.



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